Archivo mensual: diciembre 2014

Vietato introdurre biciclette. Relato de Julio Cortázar

Los-escritores-y-las-bicicletas--de-Julio-Cortazar-a-Tolstoi«Historias de Cronopios y famas». 1962

En los bancos y casa de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa.

Para una bicicleta, entre dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristal de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de esta tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: (y perros), lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge & Born o en los estudios de abogados de la calle San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje a los susodichos animales a la calle. Esto último puede suceder, pero no es humillante, primero porque sólo constituye una posibilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o de esmalte, tablas de la ley inexorables que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes.

De todas maneras, ¡Cuidado, gerentes! También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre. No ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas, que las astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros y que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.

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Por los que vivieron un sueño efímero

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No me hizo falta revisar un viejo álbum de fotos para acordarme de todos ellos. A veces las exigencias del día a día dan un respiro para echar la vista atrás. Mis mejores recuerdos siempre me trasladan a la temporada 2010. En enero de aquel año, en el aeropuerto de Buenos Aires, me encontraba rodeada de los ciclistas del equipo Footon Servetto que iban a participar en el Tour de San Luis y a los que aún no conocía. Era mi tercera temporada en el mundillo ciclista, pero aún así era practicamente una recién llegada. Los días anteriores al viaje googleé a todos los que aún no había tenido oportunidad de conocer en las anteriores Vuelta a España en las que había trabajado. Me senté junto a Enrique Mata en el avión rumbo a Buenos Aires y en la cola del control de pasaportes pude poner cara al resto. Celis, David Gutiérrez Gutiérrez, Cheula, Valls y más tarde conocería a Rosendo, Ramírez Abeja, Gómez Marchante, Vázquez Hueso y Javi Moreno del equipo Andalucía CajaSur y Pacheco, De Segovia, García Rena y otros tantos ciclistas del equipo Xacobeo Galicia. Pocas veces he visto disfrutar tanto como lo hacían aquellos ciclistas. A pesar de que sus ambiciones  podían estar limitadas por los equipos y corredores más fuertes, vivían con auténtica devoción  y sobre todo ilusión el ciclismo. Siempre bromeando y sonriendo, a pesar del dolor de piernas o de las caídas.

Reviso con melancolía las fotos de aquella carrera que ganó Vincenzo Nibali y observo no sin cierta lástima que el 80% de aquellos corredores ya no se encuentra en el pelotón. Y eran todos tan jóvenes…Recuerdo aquellos meses de octubre y de noviembre en los que sentías su miedo por no encontrar equipo y la impotencia de sus compañeros y amigos del sector por no poder encontrarles un sitio. La desaparición de equipos, hasta la más reciente del Euskaltel, ha sido la peor criba para los sueños de muchos. La dureza del ciclismo va más allá del sufrimiento en la carrera o el sacrificio diario, y es que sólo unos pocos tienen el privilegio de decidir por ellos mismos cuándo retirarse.

Me pregunto qué habrá sido de muchos de ellos. Más allá de resultados o victorias, queda el recuerdo imborrable de aquellos buenos momentos, esos que en Wikipedia no figuran y que fui afortunada de poder vivir junto a ellos. Aprovecho la ocasión para desearles lo mejor a todos ellos. Estoy segura de que aunque fue corto les mereció la pena vivir aquel sueño.

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Hemingway: El velódromo de Hiver

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París era una fiesta. 1964. Extracto.

El ciclismo resultó una cosa nueva y muy divertida, y como no sabía nada de aquello la novedad me fascinaba. Pero no tomamos en seguida la afición. Llegó más tarde, y al fin ocupó un puesto importante en nuestra vida, algún tiempo después, cuando todo lo del primer período en París se nos vino al suelo.

Pero, por un tiempo, nos bastó con quedarnos en nuestro barrio y no tener que atravesar París para ir a los hipódromos, y apostar sólo por nuestra vida y nuestro trabajo y por los pintores amigos, y no basar la vida en un juego de azar disfrazado con otros nombres. He empezado muchas veces a escribir un cuento sobre carreras de bicicletas, pero nunca me ha salido ninguno que fuera tan bueno como son las carreras, las de velódromo cubierto o al aire libre tanto como las de carretera. Pero algún día lograré meter en unas páginas el Vélodrome d’Hiver con su luz que atravesaba capas y capas de humo, con la pista de madera y sus empinados virajes, y el zumbido de los tubulares sobre la madera cuando pasaban los ciclistas, y el esfuerzo y las tácticas y los corredores desviándose arriba o abajo en la pista, convertidos en una parte de sus máquinas. Lograré meter la impresión fantástica del medio fondo, el ruido de las motos de los entrenadores con sus rodillos, y los entrenadores con sus pesados cascos y sus teatrales trajes de cuero, que se inclinaban hacia atrás para proteger a los ciclistas de la resistencia del aire, y los ciclistas con sus cascos ligeros que se pegaban a los manillares, sus piernas que hacían girar a gran velocidad los pedales, y las pequeñas ruedas delanteras se pegaban al rodillo de la moto tras la cual se abrigaba el ciclista, y los duelos en que se alcanzaba el colmo de la excitación, con el petardeo de las motos y con los ciclistas corriendo codo a codo y rueda a rueda, arriba por el peralte y lanzándose abajo y dando vueltas a una velocidad como para matarse, y de pronto un hombre que no podía sostener la velocidad y se descomponía, y se le veía chocar brutalmente contra la sólida muralla de aire de la que hasta entonces había estado separado.
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Había tantas clases de carreras. Los sprints por eliminatorias hasta llegar a la carrera final, en los que los dos corredores retenían durante largos segundos su velocidad, cada cual esperando que el otro guiara el sprint y así obtener un abrigo inicial, y luego las vueltas a medio paso hasta la zambullida final en la fascinadora pureza de la velocidad. Había los programas de carreras a la americana, con sus series de sprints que llenaban la tarde. Había las hazañas de velocidad absoluta, cuando un hombre corría solitario durante una hora contra el reloj, y había las terriblemente peligrosas y hermosas carreras de cien kilómetros en los grandes peraltes de madera de la pista de quinientos metros del Stade Buffalo, el velódromo al aire libre en Montrouge donde se hacían las carreras tras moto. Estaba Linart, el gran campeón belga a quien llamaban el Sioux por su perfil.que agachaba la cabeza para sorber aguardiente caliente por un tubo de caucho unido a un termo que llevaba debajo del jersey, y así cobraba fuerzas para el terrible arranque de velocidad de sus fines de carrera. Había los campeonatos de Francia tras moto, en la pista de cemento de seiscientos sesenta metros del Parc des Princes, en Auteuil, cerca del hipódromo, que era la pista más peligrosa de todas, y allí vimos un día caer al gran corredor Ganay, y oímos cómo se le aplastaba el cráneo dentro del casco, tal como uno aplasta un huevo duro contra una piedra, en una merienda en el campo, para quitar la cáscara. Tengo que escribir sobre el extraño mundo de las carreras de seis días y las maravillas de las carreras por carretera en la alta montaña. El francés es la única lengua en que se ha escrito bien sobre esto y los términos son todos franceses, y por eso es difícil escribir en otra lengua.

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